En un año que ha terminado con un nuevo récord en el descenso de muertes por accidentes de tráfico (aunque por los pelos, sólo un 1% menos), con 1.126 víctimas mortales en las vías interurbanas (lo que sumando los muertos en las urbanas nos viene a dar las 1.700 ya habituales), conviene felicitarse por una cifra que nos sitúa ya entre los países europeos de menor siniestralidad vial.
España el tercer país europeo con mayor caída de siniestros viales con un 81% menos en las dos últimas décadas (por detrás de los bálticos como Estonia y Letonia, donde el control y represión del alcoholismo al volante ha producido efectos fulminantes). En todo caso es una tónica general europea, donde la mortalidad en accidentes de tráfico ha disminuido un 69% desde 1991, contando incluso países donde la red vial es muy deficiente y el parque se ha multiplicado, caso de los del Este.
De todos modos, no hay muchas medallas que colgarse. El descenso es esencialmente fruto de la mejora de tecnología y seguridad pasiva y activa en los vehículos (los airbag, ABS, ESP, y otras ayudas a la conducción) y de la mejora de la red vial, especialmente de las autovías, que soportan el 90% del tráfico de largo recorrido y reúnen menos del 20% de la siniestralidad total (el 81% de las víctimas mortales se produjo en accidentes en carreteras secundarias de doble sentido). Pero en cuanto repunta el tráfico, aumenta la accidentalidad, señal de la poca inversión en su mantenimiento, como se ha visto el pasado verano y otoño (de mayo a septiembre aumentó el número de muertes) que cerró con 5 muertos más.
Con un 3,5% más de tráfico, consecuencia del lento despertar de la crisis y del descenso del precio de los carburantes, la tendencia puede verse detenida o incluso invertida en este 2016, sobre todo si casi todas las medidas para contener su crecimiento se centran en la simple represión (más multas y más controles de velocidad). Hacen falta más test contra la conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas (de 69.000 en 2015 a 120.000 previstas este año es una medida muy positiva que se ha hecho mucho esperar), pero también urge mucho antes revisar la concentración de accidentes en “puntos negros” y mejorarlos, lo que sí reduciría drásticamente la cifra de muertes. Y lo mismo sirve para ciertos vehículos como las motos, que han registrado 60 muertos más, entre motocicletas y ciclomotores frente a las cifras de 2014.
De todos modos, las cifras son positivas. De 2011 hasta ahora se ha reducido en una cuarta parte más el número de siniestros mortales, y estamos en el tercer lugar de menor siniestralidad tras Dinamarca y el Reino Unido, con 3,6 muertes por accidentes de tráfico por cada 100.000 habitantes (5,1 de media en la UE). Son cifras que estimulan, aunque estamos ya en el límite de conseguir descensos más sensibles. Pero es alentador que de ser uno de los peores países por siniestralidad vial hace 4 décadas (el récord lo tuvimos en 1974 con casi 14.000 muertos, aunque el maquillaje oficial estadístico de la época los redujo a menos de diez mil) ahora estemos entre los mejores… El haber sembrado a tiempo mejorando carreteras, junto con la mejora natural de los vehículos y la mejor preparación de los nuevos conductores ha logrado un cambio a mejor del que todos debemos felicitarnos.
Lo que no significa dormirse en los laureles; echar la culpa a la antigüedad del parque e incluso a la de los propios conductores es una excusa fácil e injusta. Aún es mayor (la de los dos) en el Reino Unido y tienen menos accidentes y peor clima. Mejorar las intersecciones (y no sólo con rotondas) y los accesos urbanos, aumentar la iluminación nocturna en determinados tramos, corregir ciertos trazados-trampa de carretera y autovía, y sobre todo eliminar los “puntos negros” (sólo tres en Galicia causan la mitad de la siniestralidad mortal en aquella comunidad autónoma) serían mano de santo para ello. Y que no se nos diga que sale caro: prevenir siempre cuesta menos que remediar. Y desde luego, mucho menos que otras obras faraónicas de infraestructuras de transporte (aeropuertos sin aviones, AVES de dudosa rentabilidad, etc.) que hemos pagado entre todos y que están ahí, recordándonos su inutilidad día tras día. Una inversión que habría salvado muchas vidas de haberse realizado sobre la red vial de todo el país.