Este año Rolls-Royce presentó en Ginebra el primer “Rolls” eléctrico de su historia, eso sí, todavía como “concept” y posiblemente anticipo de un futuro híbrido y no de un “cero emisiones”. Pero para una marca tan conservadora no deja de ser toda una revolución ese Phantom EE (Electric Experimental), bautizado también como 102 EX (de “electric luxury”), dotado de dos motores eléctricos de 290 KW (395 CV) con 96 módulos de baterías de ion-litio, el mayor conjunto de baterías de tracción jamás montado antes en un automóvil, que le permiten una autonomía de más de 200 km (muy notable para este gigante teniendo en cuenta que su peso total en orden de marcha supera con creces las tres toneladas) y que pueden recargarse por completo en 8 horas, a través de varios medios (mediante toma específica en el coche, a través de una placa de inducción sin cables montada en los bajos, por toma doméstica…).
Pero “concepts” aparte, el coche que les va a salvar el año es el Ghost, presentado como un Rolls “pequeño” -frente al “grande” que es el Phantom– a pesar de que sus 5,40 m de largo tampoco le dejan muy atrás. Pero claro, son 40 cm menos (5,83 m mide de largo un Phantom normal, y 6,08 la versión larga) y 150.000 euros menos, lo que incluso en este segmento supremo tiene su importancia. La gran ventaja del Ghost sobre el Phantom es que comparte más sinergias que éste con el buque insignia de su marca propietaria, BMW, lo que, aunque no sean muchas (sólo hay un 20% de piezas comunes entre el Ghost y un BMW 760i) permiten rentabilizar más la costosa producción de estos coches de fabricación prácticamente artesanal (de la factoría de Goodwood salen al día no más de 15 unidades entre el Ghost y el Phantom: pero el montaje de un Ghost se lleva 16 horas y el de un Phantom, 22).
El motor V12 biturbo del Ghost es un derivado del V12 del 760i, con la cilindrada aumentada por alargamiento de la carrera de los cilindros hasta los 6.592 cc. Da 570 CV a 5.250 rpm (lo que no es tanto para un coche que pesa 2,4 toneladas en vacío) y casi 80 mkg de par (a sólo 1.500 rpm), suficientes para permitir las prestaciones que debe tener un Rolls (250 km/h de velocidad máxima autolimitada, y nada menos que 4,9 segundos de 0 a 100 km/h, lo mismo que un Porsche 911). Con sus puertas laterales enfrentadas (al estilo clásico), un habitáculo majestuoso (detrás hay más de metro y medio de ancho, y casi medio metro de espacio para piernas) y un maletero de 490 litros donde caben 4 sacos de palos de golf, este Ghost es el paradigma del Rolls de siempre, pero a un precio (250.000 euros) que aún siendo caro, no llega a los 442.000 del Phantom más barato (el largo se pone en 523.000). Y eso que es el doble de un Serie 7… (por lo que vale un Ghost se pueden comprar dos BMW 750i). Pero, claro, la exclusividad tiene su precio, aunque en este caso mucho menor que el del Phantom…
La otra cara de la moneda, precio aparte, son los costes de uso y mantenimiento, algo que sin duda no debe preocupar mucho a su clientela potencial. Con un cambio automático de 8 relaciones (y sin posible uso secuencial) moviendo sólo el eje posterior, este Rolls Royce “compacto” anuncia un consumo combinado de gasolina de 13,6 lts/100 km, con un mínimo interurbano de 9,6 y un máximo urbano de 20,5, señal de un apetito nada módico, aunque sea menor que el de su hermano mayor el Phantom. Luego, su impacto ecológico tampoco es desdeñable (317 grs/km de CO2, no lleva “stop & start” ni recuperación de energía al frenar, etc). Y para su consumo, un depósito de 82 litros tampoco es tanto, limitando la autonomía de tan excepcional rutero a apenas 600 km… En cualquier caso, su suspensión neumática y su confort no tienen nada que envidiar al del Phantom, y en todo caso, este Ghost es un Rolls que se presta a ser conducido por su dueño, y no sólo para trasladarse en él llevado por un chófer.
Por eso en Rolls Royce se muestran confiados en que el Ghost va ser el auténtico fantasma salvador de la marca, sin que BMW tenga que preocuparse mucho por aumentar una oferta que de momento se salvará con dos gamas (Ghost y Phantom) y sus derivados (el Phantom Drophead Coupé, el futuro Ghost Cabrio, etc). Y sobre todo, por el aumento de la demanda en mercados como el chino, auténtica salvación de las marcas de superlujo (en 2011 Rolls Royce venderá más coches en China que en EE.UU.). Aún así, y para que el Phantom no sufra mucho con la competencia de su hermano menor, Rolls Royce ha decidido celebrar con una serie limitada de éste el centenario del nacimiento de su icono, la figura de “El espíritu del éxtasis”, obra del escultor Charles Sykes y que desde 1911 adorna la cima de sus radiadores. La verdad es que se trata de un curioso aniversario y que además, tiene a una española de origen como protagonista, aunque fuera indirecta.
Dada la exclusividad y precio de los automóviles que a principios del siglo XX empezó a vender la sociedad formada por Sir Charles Rolls y Henry Royce, muchos de sus clientes exigían a la fábrica la personalización de su modelo con una figura ó adorno especial propio, que podía ser un trofeo, una corona, el escudo familiar de armas, etc. Adorno que invariablemente se colocaba en lo alto del radiador para que fuera reconocido y admirado por todos los demás usuarios, peatones y automovilistas.
Al parecer, Charles Rolls no era muy partidario de esta moda y sugirió a Royce en 1902 la conveniencia de crear un adorno propio que identificara al constructor y el modelo, de modo que si el propietario quería añadir otros “aditamentos inapropiados” (así los llamó), lo hiciera sobre la carrocería y no sobre el motor, ya que en la época la carrocería no solía firmarla el constructor sino que se encargaba a otro especialista.
Al cabo de unos años, Royce y Rolls se pusieron de acuerdo en encargar a un escultor de moda, Charles Sykes, la creación de una figura femenina inspirada en alguna deidad de la mitología clásica como símbolo de la marca, sugiriéndole la de una “niké” griega (las ninfas anunciadoras de la victoria) del estilo de las que se exhibían en el Museo Británico y en el Louvre de París.
Sykes realizó algunos bocetos, pero en el fondo le convenció más basarse en una escultura suya ya realizada para el barón de Beaulieu, Sir John Walter Edward Douglas Scott Montagu, a la que había llamado “la susurrante” (“The Whisperer”). Lord Montagu había decidido adornar su Rolls Royce Silver Ghost con una versión de esta estatua, para escándalo de sus victorianos y aristócratas compatriotas, ya que la modelo elegida para realizar la figura era nada menos que su amante, Eleanor Velasco Thornton, una española britanizada por matrimonio. Como ambos estaban casados, y aunque la relación era un secreto a voces, la estatuilla representaba a una mujer inclinada hacia adelante con un dedo en los labios, en súplica de silencio para no delatar el amor prohibido.
Sykes hizo una primera estatuilla basada en “the Wisperer”, pero por sugerencia de Lord Montagu (y deseo también de Henry Royce) alteró la actitud de la dama (de la que siempre se dijo que representaba una “niké” griega) levantando sus brazos hacia atrás, en actitud de lanzarse adelante, y con su túnica mecida por el viento. Así nació “The Spirit of the Speed” (El Espíritu de la Velocidad), siguiendo la simbología espectral tan grata a la marca (a lo largo de su historia, todos sus modelos han sido bautizados como fantasmas, espíritus, sombras…). Era una figura en plata de 7 pulgadas de altura (18 cm) que a partir de 1911 distinguió el radiador de todos los Rolls Royce Silver Ghost, y después la de todos los modelos de la marca. Su nombre fue rebautizado como “The Spirit of the Ectasy” (el espíritu del éxtasis) por el director de fábrica de la marca, Claude Johnson, que juzgó poco poético llamarlo “espíritu de la velocidad” pese a que esa era la idea que pretendía expresar la figura en movimiento…
Años más tarde el propio Henry Royce confirmaba la verdad de esta historia, e incluso Eleanor Velasco admitió haber sido su modelo, cuando ya la estatuilla del radiador de los Rolls era objeto de coleccionismo y admiración.
Su tamaño ha ido disminuyendo con el tiempo (ahora mide 3 pulgadas, unos 7,5 cm), se ha hecho retráctil por seguridad y ya no va soldada directamente al radiador como antes (para impedir que la robaran), pero sigue fabricándose en metales blancos nobles (quien la quiera de oro tiene que chaparla), y hay más de un Rolls que la luce de platino, por encargo sobre todo de los jeques árabes. Y en homenaje a esa figura legendaria que hermana al automóvil con el arte de la escultura, Rolls Royce celebra su primer siglo de existencia sobre el radiador de sus coches con una serie limitada de cien unidades del actual Phantom, dotadas de un acabado especial (con detalles “art decó”), cuatro colores exclusivos de carrocería, tapicería especial de cuero capitoné e inserciones de maderas nobles en el habitáculo. Y sobre la tapa que cubre el hueco que deja la estatuilla cuando se oculta, la inscripción conmemorativa del centenario con el número de serie de la edición.