Ha sido noticia en toda la prensa nacional el desmantelamiento de una organización española dedicada a la falsificación y venta de modelos de superdeportivos –en concreto Ferraris- que, desde una nave industrial valenciana se dedicaba a “tunear” y vender como Ferraris modelos transformados a partir de plataformas de Toyota Celica o Nissan 350. Desde luego se trataba de imitaciones y el delito es que no se vendían como tales sino como modelos originales, dando el “pego” por fuera, aunque no por dentro ni al levantar el capó. La mayor parte de los contactos se hacía por Internet y los compradores (salvo algún incauto) eran conscientes de que compraban una falsificación, por la que venían a pagar entre 30.000 y 50.000 euros (o sea entre la octava y la cuarta parte, según el modelo, del valor real de los coches nuevos). La denuncia y promoción de la búsqueda ha sido llevada a efecto no por los compradores (señal de que sabían lo que compraban) sino por la propia Ferrari, harta de ver que se vendían por la red Ferraris nuevos a precio de saldo. Como otras marcas de lujo en otros sectores (Rolex, Loewe, etc), Ferrari conoce de lejos la copia e imitación de sus modelos, pero hasta ahora siempre con ciertos límites: los modelos no pueden exhibir el logo de la marca (que luego su propietario se lo ponga es otra cosa) ni presentar las mismas dimensiones exactas (por eso las réplicas son o un poco más grandes o más pequeñas). Hasta ahora, EE.UU. era el mercado ideal por antonomasia para estas réplicas, realizadas casi siempre sobre chasis de Saturn o del Pontiac Fiero por preparadores locales, estando convenientemente legalizadas como derivados de los modelos originales. Pero ahora llegan también en Europa, y hechas no sólo desde Asia, sino hasta “made in Spain” como auténticas, lo que ya es más grave… Ferrari y Lamborghini son las marcas más afectadas (y también Porsche: se calcula que el 40% de los 959 en circulación son falsificados), y por eso las más interesadas en acabar con esta competencia desleal.